Artículo realizado por: Cristina Gómez
Es innegable que Colombia es un país con alto potencial de producción agrícola, antes de la pandemia, en las plazas de mercado se descargaban todos los días camiones llenos de diversa riqueza gastronómica. Podríamos decir con orgullo que tenemos una de las despensas más ricas del mundo y que no nos hace falta nada. Pero todo cambia cuando las voces de protesta de los campesinos no escatiman en exponer una impotente realidad que ha estado latente durante décadas: la falta de inversión por parte del estado en el fortalecimiento de la producción local.
La pandemia ha hecho que todos los puntos de dolor de cualquier industria se intensifiquen, y en el caso de los campesinos, hablamos de una soberanía alimentaria que pide atención a gritos.
Por un lado, se han hecho virales videos de campesinos que han sufrido pérdidas monumentales de sus cosechas, manifestando que no hay quien compre, y que el incremento de los agroinsumos, sumados a las restricciones en el transporte y las inclemencias del clima, han detonado una crisis insostenible. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), después de encuestar al menos 1.086 productores de 20 departamentos del país, se determinó que el 87 por ciento ha sufrido las consecuencias de la crisis.
Además, MinAgricultura anunció la eliminación completa de los aranceles en relación con la importación de materias primas como el maíz amarillo duro, el sorgo, la soya y la torta de soya, según el Decreto 523 del 7 de abril de 2020. La respuesta del gremio no se hizo esperar, a través de la Alianza por la Agrodiversidad, de la que hacen parte 19 organizaciones, expresaron que la medida, por ahora transitoria y soportada en la pandemia, es inconstitucional.
La medida adoptada por el gobierno hace que no sea rentable sembrar maíz, afectando notablemente la producción nacional. En Colombia, donde se vive una fuerte cultura gastronómica alrededor de este producto histórico que ha permitido bautizarnos como ‘Hijos del Maíz’, se importa el 85% del maíz que se consume (según el portal Semana Sostenible).
Nuestro campo siempre ha estado urgido de empatía, no solo en estos tiempos de crisis. Pero ahora que debemos buscar diferentes formas de conseguir los alimentos, su importante labor pesa más y, de repente, es más valorada y más admirada, ¡por fin!
La reivindicación con el campesinado y su labor estratégica para nuestra economía está a la espera de un cambio, al menos, de nuestra manera de pensar.
5 responsabilidades que tenemos como consumidores y como gestores gastronómicos
- Comprar local, fortalecer las economías regionales y la gastronomía de proximidad.
- Involucrar a las nuevas generaciones con el campo, propiciando espacios de interacción en el lugar de origen del producto para conocer su contexto social, cultural y económico.
- Entender la dinámica ambiental de nuestro entorno y protegerlo.
- Apoyar y promover pequeños emprendimientos gastronómicos.
- Compartir las historias de los protagonistas del campo. Incluirlas como parte del contenido de los restaurantes o de cualquier emprendimiento gastronómico.