A finales del siglo XIX y principios del XX el gobierno colombiano le declaró la guerra a la chicha. Desde las instituciones y los medios de comunicación se desplegó una campaña para deslegitimar y erradicar su consumo. Esta bebida, al ser un ícono de la raza indígena, desde la perspectiva del racismo y el clasismo – predominante en las clases dirigentes – era un símbolo de la suciedad, el atraso y lo nocivo.
Quienes consumían frecuentemente esta bebida eran catalogados como víctimas del chichismo, una enfermedad que estaba sumergiendo al pueblo en la decadencia al ser la culpable de embrutecer, enfermar y enloquecer. La chicha, incluso, sirvió como chivo expiatorio por los desmanes del bogotazo a sabiendas de que la borrachera de los ciudadanos, fue ocasionada por la ingesta de bebidas alcohólicas como el whisky y la champaña.
A raíz de los sucesos del 9 de abril de 1948, llegó la condena de la chicha a través de un fuerte golpe jurídico mediante la ley 34 del 5 de noviembre de 1948. Según esta, la elaboración de bebidas fermentadas derivadas de cereales como el arroz, el maíz o la cebada, debían regirse a un estricto control y elaboración a través de aparatos tecnológicos e higiénicos, y además, debían venderse en un empaque cerrado y de vidrio, lo cual estaba totalmente distanciado de la realidad de la chicha cuya fabricación era netamente artesanal.
Esta ley hacía parte del proyecto de modernización del gobierno de la época pero venía en marcha en Colombia desde finales del siglo XIX y principios del XX. Según el texto Imaginando América Latina: Historia y cultura visual siglos XIX y XXI de Sven Schuster y Óscar Daniel Hernández Quiñones:
“tiempo atrás (1978- 1904) Rafaél Nuñez y Miguel Antonio Caro habían buscado la consolidación de una nación mediante la unificación de las regiones bajo símbolos comunes, lo que llevó a establecer una bandera, un himno, una sola moneda y la creación del Banco Nacional. Igualmente Caro, impulsó durante su administración la nacionalización de licores. Esto hizo que la industria cervecera se consolidara a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX y se remplazaran las bebidas alcohólicas tradicionales como la chicha y el guarapo- criminalizadas posteriormente- y se convirtiera en una parte importante del proyecto modernizador de la nación”.
Por lo tanto, durante las décadas de 1910 y 1920, médicos como Josué Gómez buscaban demostrar – a toda costa – a través estudios pseudocientíficos que la chicha estaba obstaculizando el progreso económico del país, pues muchos de sus consumidores – que pertenecían a la clase popular bogotana – supuestamente llegaban enfermos a los hospitales presentando un cuadro clínico que evidenciaba las funestas consecuencias de esta bebida en el organismo humano, especialmente en el sistema nervioso central, lo cual afectaba el intelecto y desembocaba en el deficiente rendimiento laboral y productividad en los talleres e industrias.
Con argumentos como estos, la chicha – bebida ancestral de la época prehispánica y alimento predilecto por los Muiscas- pasó de tener un carácter ritual y mitológico a convertirse en supuesto veneno criollo.
Aunque al día de hoy, el consumo de chicha aún se mantiene vigente, quizás si se hubiese mantenido su estatus, hoy en día en las neveras de los supermercados colombianos en vez de cerveza, habría chicha.