Historias / Ficción
EL LIBERAL08 de Julio 2024
Una historia de Natalia Baquero
¡Que se levanten las milhojas y que nos muestren la crema! gritaba exaltado un bizcocho redondo y colorado desde la parte más alta del estante de una panadería de barrio. Los buñuelos, que a esa hora se bañaban en la freidora tostando su voluminosa figura, apoyaban la moción y al imaginar a las milhojas desnudas, la temperatura de sus cuerpos aumentaba.
Las milhojas nerviosas se comenzaron a desmoronar, mientras que las galletas de cuatro ojos observaban curiosas la escena desde el anaquel. De repente, el bizcocho colorado dio un salto desde la bandeja y se atrevió a abrir la estantería en donde reposaban las mariposas de hojaldre y chocolate. Estas, al abrirse la gaveta, salieron volando revoloteando con fuerza sus alas y espolvoreando grageas de colores todo el lugar.
Los demás pasteles, amasijos y panes observaban atónitos la escena provocada por este alebrestado bizcochuelo, quien ahora se dirigía corriendo a la bandeja en donde descansaban las garullas recién horneadas. Este tomó por sorpresa a una de ellas y la besó apasionadamente. Con el beso la garulla se contagió del espíritu libre que poseía al bizcocho redondo y colorado.
Ahora la garulla, borracha de amor, era su fiel cómplice anarquista y esto escandalizó enormemente a las tradicionales almojábanas y mantecadas quienes entre dientes comentaban “qué más se podía esperar de una garulla”.
Pero aquel comportamiento descabellado del bizcocho y la garulla, sí que fue aplaudido por los roscones, quienes también se sintieron motivados para liberarse y salir de la vitrina a expresar su amor sin censura.
La panadería se convirtió en una fiesta en la que el pan francés bailaba con el pan de yuca mientras le recitaba versos al oído en su lengua nativa y los churros alardeaban de sus encantos frente a las polvorosas.
Por último la garulla incitó a los tímidos panes blanditos y rollitos a participar del festín, pero ellos acostumbrados a vivir siempre tan cómodos, acostados los unos sobre los otros, prefirieron solo observar desde su zona de confort.
En medio de una algarabía, en la que los merengues se deshacían bailando con las cucas, entró el panadero a la tienda y al ver todos sus productos en el piso, pegó un grito de desesperación, pues solo faltaban solo cinco minutos para abrir las puertas de la panadería esa mañana.
Entonces llamó a su empleado para preguntarle qué había pasado, y este no le contestó. Entonces fue el sonido de su celular el que lo delató mientras yacía dormido roncando sobre la mesa en la que había aguardiente mojando la masa con la que estaba preparando los bizcochos colorados, los liberales.
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