ARTÍCULO REALIZADO POR: ALEXÁNDER ZAMBRANO
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Cuando escucho La Reina, de Diomedes Díaz, pienso en la guayaba. Aunque hay más bellas y poderosas, solamente una merece la corona. Entre las frutas, la guayaba es reina. Y no la mía, la de todos. Deberían erigir un monumento en su honor, ponerlo en una plaza y alabar sus propiedades. Ese fruto comestible, regordete, medio amorfo y magullado con centro rosado carnoso contiene un caldo vitamínico (A, B1, B2 y C) capaz de aumentar defensas y atacar la gripa. Para qué naranjas si se pueden comer guayabas.
Biológicamente generosa y socialmente rechazada, así es la guayaba. Una de mis tías paternas refunfuñaba “no hay nada más perjudicial para el estatus de una casa que darle a las visitas jugo de guayaba”. “Esa— enfatizaba— es un fruta de pobres”. Gloriosa y saludable pobreza entonces. Mi abuelo, en cambio, se comía hasta los gusanos que nacen en su interior. “Son de pura fruta”, decía antes de morder. Comer guayaba es similar a elegir a un candidato, desde afuera no se sabe dónde está el gusano.
Del corazón de la guayaba nace el bocadillo, caballero principal en la corte de la reina. Qué sería del plátano maduro, la mogolla negra o los roscones sin él. Este orgullo veleño debería ser orgullo nacional. Panela y guayaba, que son Colombia, fusionadas a fuego lento. El bocadillo, sin duda, tiene un espacio ganado en más de una alacena y corazón. Es el compañero perfecto del queso y los deportistas. Es, incluso, parte de la historia nacional: Cristóbal Pérez, uno de los ciclistas del primer equipo que representó a Colombia en el Tour de Francia lo llamó la cocaína de los ciclistas colombianos, por sus cualidades energéticas. Pero la guayaba no es solo bocadillo; si pasan por Vélez (Santander), uno de los mayores productores de fruta reina, verán jaleas, mermeladas y gelatinas. Por su color, dulzor y textura, la guayaba se presta para producir conservantes y endulzantes de calidad.
El poder de la guayaba trasciende el territorio de las frutas y sus derivados para llegar al campo idiomático. Sí, el guayabo viene de la guayaba. Esa maluquera que da después de darle duro y parejo al alcohol toma su nombre de la fruta reina. No, no es culpa de la guayaba, es del trago. En varias partes de Latinoamérica relacionan a la guayaba con el engaño, la mentira. Esa fruta llena de vitamina tiene, además, la capacidad que poseen muchos de los enguayabados: por más podridos que estén por dentro, se ven regios por fuera. En Ecuador, según la Real Academia de la Lengua, existe el verbo guayabar y significa mentir. Con la colonización el término se expandió y fue evolucionando. Según Ana María Díaz, en un artículo para El País de Cali, el término se dividió en dos: por un lado significa tristeza y por el otro resaca. Cómo no amar a la guayaba si le dio nombre a esa maluquera etílica y a los que la poseen. Guayabo, guayabar, enguayabados.
Lastimosamente, la reina gobierna en una monarquía constitucional. Su poder en la economía colombiana es más bien simbólico. El verdadero poderío comercial investido en forma de cultivos tecnificados y regulados lo tienen el banano, la piña y hasta el aguacate. La reina quedó relegada a la sombra, sin importar el potencial. La corona de exportación no es para la guayaba, pero entra cada vez con más fuerza en menús alternativos que rescatan la versatilidad de sus sabores. Jugos y helados de guayaba agria, acompañamientos para platos fuertes y hasta un postre que es oda a su naturaleza: un merengón hecho con variedades de guayaba que pasa del dulce al ácido, del verde al blanco y al rosado. Guayaba conceptual y en todo su esplendor para comensales exigentes.
Tú no pides nada por tu amor, tú no quieres nada por tu amor. Y aunque en tu castillo nada tengas, tú eres la reina.