Imagina que es una mañana de lunes, estás en tu apartamento vistiéndote de afán para salir a trabajar y mientras lo haces, comienzas a tomar la decisión de si vas a desayunar unos huevos fritos con trufa negra al estilo del chef con estrella Michelin Gordon Ramsay, o una deconstrucción de tortilla de papa acompañada de una esferificación de albaricoque sobre jugo de naranja, típico de un menú de degustación de Ferran Adría.
Finalmente optas por el segundo plato, así que sacas de la alacena papas, huevos, naranjas y sobres con albaricoque deshidratado. Ahora, enciendes la máquina Michelina, un sofisticado dispositivo electrónico conectado a internet capaz de emular la forma como cocina Ferran Adría o cualquiera de los mejores chefs del mundo. Solo basta con buscarlo entre el abanico de chefs con estrellas Michelin y dar un toque en la pantalla táctil del aparato. Luego, agregas cada ingrediente, programas el menú y la magia comienza a hacerse dentro de la máquina. Al pasar cinco minutos, una voz suave y robotizada, indica que la comida está lista y te desea buen provecho.
Cabe aclarar que la anterior escena es producto de la imaginación, tal vez sea solo un sueño utópico y sin sentido, pero dicha alucinación surgió mientras preparaba como de costumbre la comida y un poco harta de repetir el mismo menú, deseaba contar con la ayuda de un chef profesional que transformara los simples ingredientes de mi nevera en auténticas obras de arte para el paladar. Pero este deseo, se convirtió en un custionamiento acerca de la forma como se disfruta la comida y el porqué el acto de comer está más alla de satisfacer una necesidad básica.
Luego este custionamiento desencadenó en una reflexión, ¿ será que si todos los días y en cualquier momento tuviera la posibilidad de comer al estilo de un restaurante cinco estrellas, también llegaría al hastio? ¿tiene la mano del chef ese toque mágico que jamás podrá otorgarle un artefacto frio y con circuitos electrónicos? ¿por qué a pesar de los avances tecnológicos, existe esa cierta pulsión por regresar a los orígenes y lo orgánico?
Creo que en parte toda esta fascinación por la gastronomía se debe al jurista francés Jean Anthelme Brillat-Savarin quien en 1825 con su obra Fisiología del Gusto, le otorgó al acto de comer un significado virtuoso que separa a los hombres de los animales. Fue en este tratado en donde se plasmaron los aforismos de la gastronomía que hoy en día siguen vigentes como el famoso “dime qué comes y te diré quien eres” , “los animales paren, el hombre come; solo el hombre de entendimiento sabe comer” o “el descubrimiento de una vianda nueva importa más para la felicidad del género humano que el descubrimiento de una estrella.”
Estas reglas llevaron el acto de comer a la máxima sofisticación e hicieron de la cocina un valor cultural y universal. Su influencia hizo que los primeros restaurantes, fundados en Europa durante del siglo XVIII, se convirtieran en un lugar de experiencias placenteras para todos los sentidos lo cuál en el tiempo llevó a la profesionalización de quienes prestaban estos servicios hasta convertirse en lo que son hoy los restaurantes.
El futuro es incierto, pero al parecer la magia de la cocina está en el corazón de los hombres, en los deseos y necesidades biológicas que inspiran el ingenio dentro de las cocinas y los restaurantes. Solo el hombre es capaz de saber lo que le satisface y por más avances tecnológicos y sofisticaciones, comer continúa siendo un proceso natural que se disfruta mejor si hay seres humanos detrás y alrededor del plato de comida.