Boronas, mestizas, liudas y caritiesas, fueron algunas de las primeras palabras que escuché entorno a los quehaceres culinarios de una zona distante a la cual sólo me había aproximado a partir de las historias relatadas por mi madre, la provincia de Gutiérrez. Dichos términos, inicialmente desconocidos para mí, luego cobrarían sentido al convertirse en amasijos y preparaciones protagonistas de una historia que me llevaría a recorrer no solo los fogones, sino también los campos, hogares y molinos de un territorio que en ocasiones parecía anquilosado en el tiempo.
Ubicada en el norte de Boyacá y compuesta por 6 municipios – entre los cuales se encontraba el protagonista de las memorias maternas en mi hogar – ésta tierra se transformó durante dos años en una puerta que me permitió hacer un acercamiento a la realidad de dos cereales cuyos procesos de producción habían sido tan solo imaginados a partir de las narraciones en casa. Se trata del trigo y el maíz, un par de semillas de antigua presencia en los campos de la región que, a pesar de las condiciones actuales y sus múltiples cambios, aún siguen siendo sembradas y también sazonadas en las cocinas de sus habitantes. En ese recorrido de los suelos a las mesas por el que pasan ambos alimentos, pude percatarme de una serie de saberes o conocimientos forjados a partir de la experiencia cotidiana del hacer, de la aproximación diaria a la siembra y cosecha, a la trilla y la molienda y por supuesto, a la preparación y consumo de cada uno de estos granos.
El paso por sus respectivas etapas me permitió observar no solo técnicas o formas de llevar a cabo una cierta labor; sino que además, me hizo posible el convivir con aquellos contadores de historias, de experiencias de maíz y trigo, que únicamente pueden ser relatadas por aquel que ha entregado su día a día a la vivencia de la siembra y del tizón. Es así que lo que aquí compartiré, es un breve fragmento del basto compendio de prácticas que hacen posible la vigencia de éstos cereales en dos de los municipios de la zona: Guacamayas y El Cocuy.
Si bien es innegable que la producción de estos alimentos ha disminuido – en especial la del trigo – esto no implica que su impacto en la cotidianidad de los pobladores de la región se haya aminorado, pues tal como ellos mismos manifestaron, en los meses de febrero y agosto aún son preparados los suelos para recibir las simientes. Es en los primeros días de marzo y octubre cuando son convocados los convites pa desyerbar los cultivos y es a mediados de junio e inicios de enero el tiempo en que se juntan familias enteras pa recoger del mazorquero o cosechar el trigo. Entonces, estas semillas que siguen siendo producidas, transformadas y consumidas en ocasiones y escenarios disímiles del territorio, son la muestra de una sumatoria de quehaceres, saberes y esfuerzos que hiendo incluso en contra de los ritmos cotidianos actuales, permiten a sus habitantes entablar una relación con la tierra que pisan que labran, que conocen y de la cual emergen aquellos cereales que combinan, sienten y especialmente, comparten.
Y que mejor manera de dar cuenta de estas realidades alrededor del surco, de la máquina o de la olla que en voz de aquellos seres cuyas historias y modos de vida se han forjado entre el trigal y el maizal; mujeres y hombres como doña Custodia, don Pedro, doña Emma o don Juan, fueron los protagonistas de mi paso por la provincia de Gutiérrez y son quienes a continuación nos acercarán a esas nobles, arduas y en ocasiones invisibles labores del labrar y el amasar.
“Uno hace convite, pa la desyerbada y el aporcado. Entre varios obreros toca irle quitando las hojas que ya estén como sequitas, pa que no se vaya a dañar la mata; y cuando usted ya las deja limpiecitas, le remueve la tierra con un poco de abono, que es lo del aporcado, y luego si le toca fumigar (…) todo esto si se sigue haciendo, cada año toca hacerlo pa que el maicito salga, porque si no, que…”
Don Pedro – El Cocuy
“Pa trillar el trigo usted necesita por lo menos 4 personas. El primero es el prensero, que es el que va metiendo el tamo a la máquina; y eso tiene su manera de hacerse, porque si no, ahí se le puede quedar un dedo, como le paso a un sobrino mío (…) tiene que estar ahí un cortador, así como alguien que vaya empujando la espiga cortada y de últimas, el que va recogiendo la semilla. No cualquiera le hace este trabajo, por eso es mejor hacerlo con los que usted sabe que le va a salir bien”
Don Juan – Guacamayas
“Cada quince días a más tardar tocaba echar amasijo para el diario de los de la casa. (…) Lo primero que se mojaba era las mogollas y enseguida el pan, y ya mojado y amasado se dejaba encima de las artesas, tapado con un paño para que creciera. Mientras tanto se mojaban las almojábanas, galletas, boronas y se empezaba a cremar el azúcar y la mantequilla para la mantecada o ponqué. (…) Y recuerdo que el día que se amasaba se hacía de almuerzo ruyas de pan con hojas de rebancá.»
Doña Emma y doña Custodia – Guacamayas
Fotos: Amanda Barón y Guillermo Ramírez