Fotografía de Alejandro Osses Instagram: @alejosses
Alejandro Osses es un narrador de historias, pero no de cualquiera, sino de la comida. Busca transmitir por medio de la fotografía su amor por la gastronomía, los productos y los actores que juegan un papel importante en la cultura alimentaria como lo es el campesino.
Es fotógrafo desde hace 12 años. Estudió en Buenos Aires y cuando llegó a Colombia en el 2009 se asoció con una agencia audiovisual donde realizó streaming, fotografía, entre otros. Duró cuatro años en esta empresa hasta que viajó a Londres y allí decidió enfocarse en capturar fotografías de alimentos porque se dio cuenta que existen muchas historias que todavía no se han contado referentes a este tema.
Estando en Europa, realizó una serie de comida callejera en Turquía, con la cual fue ganador del Pink Lady Food como el fotógrafo del año 2016 en la categoría People’s Choice. Trajo al país una visión vanguardista, donde la comida ya no se maquilla y tampoco se sobrecarga con food styling. “En este momento hay muchos foodies e instagramers, y ya no vale la pena engañar a la gente con fotos tan retocadas”, afirma.
Se describe como fotógrafo de cultura gastronómica porque para él la gastronomía no solo es un plato de comida, sino que hay historias alrededor de ella. Hay mercados, hogares y productos. Es como la música, el arte o la literatura que tiene un trasfondo detrás que marca la identidad de un pueblo.
Escogió la fotografía para narrar sus historias porque considera que todo debería estar documentado. “Todo es más lindo y fácil de contar cuando hay imágenes. La realidad y el pensamiento de la gente siempre es diferente a lo que puede ser una foto”. Por eso, le gusta retratar la realidad tal cual es, para que la gente vea lo que hay detrás.
“Hace poco me contaron sobre unos fotógrafos que llevaron a unos directores de arte que le hacían cambiar la ropa a los vendedores de las plazas y les limpiaban las uñas. Esto pierde completamente la naturalidad y la esencia de las cosas. ¿Por qué quiere cambiar a un campesino o a un vendedor, si es que esa es la realidad? Por ejemplo las muertes. A la gente no le gusta ver a un marrano colgado, pero si disfruta cuando se lo come. Esa es la hipocresía que aplica la sociedad con todas las cosas”, manifiesta Alejandro.
Tiene un amor profundo por las plazas de mercado porque considera que son la identidad de un pueblo. De ahí, que haya dedicado gran parte de su vida a retratarlas alrededor del mundo. Sin embargo, su visión frente a ellas es poco romántica; sobre todo en Colombia. No porque no considere que sean hermosas, sino porque establece que se ha desdibujado su labor de ser un espacio donde los campesinos puedan vender su producto y obtener un usufructo.
Para él, estos lugares se han monopolizado y se han vuelto una mafia donde el campesino está completamente perdido y no le pagan lo que debería ser por la labor que realizan.
“Ya lo hemos investigado, lo hemos estudiado. Entonces por ejemplo, Corabastos que es la central de abastos más grande de Suramérica, llegan productos de Anolaima que regresan a Anolaima mucho más caros. Es un círculo ilógico. ¿Por qué no venden directamente el producto que sacan de sus tierras en su región? O llega el campesino de Boyacá y dice que su producto lo vende a $20.000 y la gente de la plaza le dice que por mucho le da $12.000, entonces ahí pierde plata. Y si no lo vende ¿qué? ¿Entonces se va a devolver con eso? Es un tema complicado. Uno le pregunta al campesino sobre el beneficio que les genera las plazas y se puede dar cuenta que el intermediario gana más que el mismo productor. Entonces, realmente no le está beneficiando al que debería beneficiarle”, agrega.
Aun así, es partidario de que las plazas de mercado deben seguir existiendo porque son necesarias y traen turismo. Las que más le gustan son las que están ubicadas en Cauca, Pasto, Buenaventura, Cali y Popayán. Y las que más le han impactado son las plazas de Porvenir y Corabastos.
Cuenta la historia de que en Corabastos muchas personas van a mercar gratis. Llevan su bolsa y van recogiendo papas, frutas, verduras que se caen al piso o que están en las basuras. “Encontramos un personaje que recogía uchuvas de una caneca y le pregunté que por qué lo hacía, y me dijo que necesitaba hacerse un remedio para los ojos todos los días, pero que le salía carísimo si las compraba todo el tiempo”.
Por otro lado, le gusta hacer fotografías de plazas de mercado porque le gusta la energía que irradia ese lugar y además, piensa que son un reflejo de lo que sucede en cada país. Por ejemplo, dice que en Corabastos hay un sector de ajos chinos que es más barato que el ajo colombiano, y él se pregunta ¿Por qué?
“Hace año y medio llegó el cargamento de maíz más grande de la historia de Colombia proveniente de Estados Unidos a Buenaventura. Nosotros somos productores de este alimento, pero aquí no dejan conservar las semillas… Yo conocí un productor que tiene escondido su maíz al lado del volcán del Cauca. El producto está, solo que no hay apoyo del gobierno y tampoco hay políticas públicas. No hay nadie que apoye al agricultor y tras del hecho consideran que todos los campesinos son guerrilleros”, reclama Alejandro Osses.
Su primer referente de fotografía fue David Loftus y Miles Aldridge, pero a lo largo de su carrera también se ha dedicado a estudiar otras estéticas que se desarrollan en el cine, o que realizan personas como Henry Hargreaves. Cada semana dedica un tiempo para buscar nuevos referentes para nutrir su fotografía y desarrollar su propio estilo.
Aconseja que en la fotografía de alimentos, el styling o arte es un complemento, pero la parte más importante es la iluminación porque es la que le da el toque final a la foto. A la vez, advierte que «no hay que dejarse deslumbrar por los equipos, sino por el buen trabajo del fotógrafo”, porque para él la fotografía es algo más allá de una foto, es una historia.