Por Pamela Villagra Instagram: @Villagrita21
Un amplio número de colombianos no conocen ni han probado el tucupí, la piangua, la pipilanga o el ñame morado. A la hora de escoger restaurantes no son los de comida colombiana la primera ni tercera opción, y prefieren abiertamente el salmón chileno que un berrugate del Pacífico.
Ante el boom gastronómico colombiano el ciudadano de a pie parece no enterarse ni partipar del fenómeno. Los locales de moda son más de tipo mexicano, peruano. o mediterráneo, mientras que los restaurante que le apuestan a la despensa local y a los sabores arraigados a esta tierra, les cuesta llegar a fin de mes.
Algo pasa cuando la prensa internacional se rinde ante la diversa despensa agroalimentaria del país, y el consumidor local vive de espaldas a ella. Los congresos internacionales fijan su atención en los cocineros colombianos cuyos discursos sobre sostenibilidad, apoyo al campo y construcción de paz desde un plato conmueven y estimulan, pero buena parte del cliente nacional no conecta con ellos.
Seguimos mirando a las cocinas de Europa como la meca desde la cual aprender, y no conseguimos despertar el orgullo por la culinaria de Colombia, cuya despensa podría alimentar a medio planeta.
Los esfuerzos gubernamentales por favorecer la promoción del turismo desde la consolidación del producto gastronómico, ha derivado en una mejora sustantiva de la imagen país, aumentado el gasto promedio del turista extranjero y fomentado la inversión, pero no hemos conseguido que esto aumente la autoestima gastronómica nacional.
Es cierto que Colombia tiene problemas de conectividad complejos, lo que dificulta el acceso y distribución de productos, pero comprobado está que con voluntad estos obstáculos se pueden sortear. Plataformas como Mucho, Boho Food Market, La Canasta; así como la red de cocineros que comparten proveedores, han permitido que a las ciudades lleguen manjares como vainilla chocoana, sierras frescas, truchas de nacimiento del río Fonce, atúnes aleta amarilla, pimienta verde del putumayo, todos alimentos diferenciales en sostenibilidad y calidad organoléptica. Unas características, sin embargo, que no despiertan interés en el cliente.
Prueba de ello es que los nuevos actores de la industria deciden abrir locales de comida extranjera, porque la sensación en el mercado es que lo colombiano no vende.
La autoestima se construye en edades tempranas y de ella depende en buena parte los procesos de desarrollo de las naciones. Educar en positivo y con orgullo es un deber que han de protagonizar los cocineros, los productores, los medios de comunicación.
Es importante que una sociedad recupere su autoestima, valore y se sienta orgullosa de su cocina, porque no hay mayor manifestación cultural y democrática que un plato de comida.
Llegará el día en que las góndolas de los supermercados ofrezcan pipilanga, berrugate y pianguas, porque el colombiano conectó, aprendió y disfruta más de los sabores de la memoria histórica.
Cuando el plan de domingo sea ir a comer el ajiaco a la Plaza de la Perseverancia; el regalo de aniversario sea ir a cenar a Leo, para experimentar la diversidad del territorio colombiano; cuando en el grupo de whatsapp te escriban que llegaron las pianguas a Minimal; que Barcal en Medellín estrena menú, que en Pasto, el restaurante La Vereda hará un festival de setas y tubérculos y sientas que no te lo puedes perder, entonces habremos construido cultura gastronómica y recuperado la autoestima.