Hace algunos días estaba en mi casa planeando unas onces familiares. Mientras decidía que servir, me invadieron los recuerdos de las tardes en casa de mi mamá, impregnados del aroma a chocolate caliente con almojábanas y pan de yucas de La Magola. Aunque pensé en distintos canapés y en opciones refinadas y “exóticas”, no pude evitar considerar el poder sensorial y emocional de esos bocados tradicionales de mi infancia.
El Eating Design tiene muchos atributos, entre ellos permitir revivir experiencias además de conectarnos con momentos y sentimientos profundamente arraigados a nuestra identidad.
Así como la Gastronomía vincula la cultura y el alimento, el Eating Design nos permite articular lo anterior a través de experiencias multisensoriales y altamente emocionales.
Si hablamos de emoción y recuerdo, no podemos dejar de lado las tradiciones alrededor del acto de comer. En esta medida, las experiencias gastronómicas pueden nutrirse de un vasto conocimiento ancestral, de historias, de costumbres, de rituales, que se modifican a través del territorio.
En nuestro contexto particular, concretamente en la Región Andina, se encuentra cerca del 70% de la población colombiana distribuida en subregiones. Lo anterior define una compleja mezcla de ecosistemas y personas, a través de los cuales trasciende el conocimiento que en gran parte emerge de la base alimenticia indígena: el maíz, un producto que consumimos a diario y que ciertamente tiene mucho por contar.

Solo partiendo de este ejemplo, podriamos profundizar en los usos prehispánicos del producto en distintas preparaciones tales como mazamorras condimentadas con guasca; en los recipientes de barro para su preservación y preparación o en las celebraciones que acompañadas de chicha, ostentaban la abundancia de las cosechas. Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, el maíz se encuentra con los lácteos, con algunas proteínas animales como el ganado vacuno y el pollo y con cereales como el trigo y la cebada, dando paso a recetas entre ellas el puchero y el ajiaco y a nuevas tradiciones, particularmente el consumo de “el algo” en el eje cafetero, incluyendo la infaltable parva (Sanchez y Sanchez, 2012).
De esta manera, las experiencias gastronómicas diseñadas a través del Eating Design tienen la capacidad de contar historias, enviar mensajes, generar conciencia y rescatar la cocina tradicional, haciendo uso de nuestra identidad, nuestra memoria y nuestros sentidos. Pueden hacer del acto de comer un evento “mucho más allá del plato” y no se limitan a eventos personales, sino que logran extrapolarse a distintos contextos sociales que tengan como objetivo contribuir al desarrollo y preservación de las comunidades y que se relacionen de manera indirecta o directa con la industria gastronómica, siempre con el propósito de conectar al comensal o a quien viva la experiencia con la emoción, para hacer de la misma memorable y significativa.
Retomando mi historia inicial y por si aún se lo preguntan, en las onces ofrecí algunos amasijos colombianos y un tradicional chocolate santafereño. Sin duda alguna, la intensa conexión de nuestra memoria sensorial y el alimento es difícil de ignorar.
Escrito por Juanita Macías Mantilla
Referencias:
Sanchez E., Sanchez C. (2012). Paseo de olla: Recetas de las cocinas tradicionales de Colombia (1ª ed.). [EPub], Bogotá, Colombia: Ministerio de Cultura.