Juan Antonio Urbano Barrera es un campesino colombiano cuya historia refleja todas las dificultades que ha vivido el país en estos últimos 20 años a causa de la guerra y el narcotráfico, pero también es la demostración de que en los territorios donde más se ha perpetuado la violencia, puede reescribirse la historia y se puede vivir en paz y armonía. Lo que brinda una esperanza al país, sobre todo en este momento, en el que se vuelve a los enfrentamientos con la guerrilla que nos ha marcado con tanto dolor, odio y más víctimas, que generalmente son nuestros campesinos colombianos.

De la violencia esmeraldera a la violencia de la coca y de allí, a la grandeza del cacao
Juan Antonio nació en Padua, Boyacá en 1966. Desde pequeño ha crecido alrededor del cacao. Sin embargo, solo hasta hace unos años volvió a cosechar este producto que era el que más predominaba en la finca de su abuelo.
Cuando su mamá murió, decidió dedicarse a la minería, especialmente a sacar esmeraldas. En ese momento el departamento vivía la bonanza de este mineral, pero las minas eran ilegales. No le brindaban al trabajador condiciones dignas y la esmeralda se convirtió en un elemento de disputa entre diferentes familias de apellidos Murcia, López, Almanza y Molina que terminó afectado el desarrollo del territorio y aumentando la violencia. Sin embargo, este oficio le trajo muy buenas ganancias, las cuales perdió por falta de conocimiento y preparación, ya que solo estudió hasta quinto de primeria. Luego, a sus 38 años terminó el bachillerato.
“Entonces, se perdió el rumbo, se perdió la plata y nos mezclamos cada vez más con la ilegalidad y la cultura de las armas. Así les pasó a muchas familias. O se mataron, o terminaron presos o metidos en muchos problemas. Había mucha descomposición y esto hizo que el Gobierno le pusiera atención a las minas y que hubiera más control. Por ese motivo, las minas fueron entregadas en concesión a empresas privadas y el acceso se hizo más restringido en 1997 y 1998, cuando las cercaron. Y por eso, nos tuvimos que devolver a las tierras después de 14 o 15 años de tenerlas abandonadas”, afirma Juan Antonio.
Al quedar sin minas, continúa diciendo, los habitantes del occidente de Boyacá querían volver a sembrar cacao, pero apareció la coca en la región y todos comenzaron a cosecharla. Al principio, con mucho miedo porque es un producto ilegal, pero luego fueron perdiendo el pudor y cerca del 70% de los campesinos ya lo hacían en todo su territorio, se volvió algo común. Además, de que era lo único que les permitía tener el mismo flujo de dinero que ganaban con las esmeraldas.
“En ese momento, la descomposición fue peor. Tener coca atrajo a la guerrilla y a los paramilitares. También, nos trajo mayor ilegalidad, trampa, drogadicción, prostitución y violencia. De 1998 al 2005, me involucré con el tráfico de drogas y luego, perdí más con eso. Mataron a unos amigos y eso nos hizo recapacitar a varios campesinos de la región sobre todo lo negativo que traía este producto al departamento. Además, los hijos empezaron a crecer y no vale la pena que ellos hereden cosas malas. Yo tenía un laboratorio con pastas de coca y una de las cosas por las que más se pelean los obreros, eran por los trapos donde se exprime esa pasta porque quedan impregnados de cocaína y ellos lo sacuden o raspan y de ahí sacan uno o dos ramitos que se los venden a uno mismo. No lo consumen, pero es el rebusque. Yo vi a mi hijo una vez peleando por esos trapos y ahí dije que no vale la pena tener esa vida”, asegura.

De ahí, decide organizarse con otros campesinos para empezar a reemplazar la coca por el cacao. Pero no fue un camino fácil. Las ayudas que les brindaba el gobierno no eran suficientes para lograr mantener a sus familias. Por eso, continuaban cultivado este producto hasta que en el 2005, empezaron a erradicar los cultivos ilícitos con avionetas, pero por ser una zona tan agreste no pudieron realizar la fumigación de estos.
Entonces mandaron a la policía, pero de acuerdo con don Juan, ellos no se esforzaban por quitar la coca. Hasta que llegaron los “arrancachines” que eran paramilitares desmovilizados a los que les pagaban por erradicar estos cultivos. “Ahí nos dimos cuenta que el Estado si era capaz de erradicar la coca. Entonces, nos reunimos los campesinos afectados en modo de protesta y le preguntábamos al Gobierno que qué íbamos hacer, que teníamos la intención de erradicarla, pero que necesitábamos más colaboración”
En el 2006 empieza la ayuda por parte del Gobierno que tampoco era la que esperaban porque solo les daban $200.000 pesos para sobrevivir mensualmente y otros $200.000 para ahorrar en una cuenta programada, que al cabo de un tiempo les permitió comenzar a cultivar cacao y a asociarse.
De esta forma en el 2010, son proclamados por la ONU como la primera zona libre de coca en Colombia. Lo que demostraba que el esfuerzo que habían hecho durante esos cuatro años valía la pena y que podían soñar con una región diferente y sin violencia. La minería también había dado pasos agigantados y estaba más formalizada.
De ahí nace la Fundación Agropecuaria, Fundeagro, con 1274 familias inscritas que querían dedicarse a la comercialización del cacao. Esto hizo que el Estado decidiera invertir grandes recursos para brindar apoyo a estos procesos que presentaban tan importantes avances.

En el 2013 ganan el premio Emprender Paz que hace que el Estado se sienta más orgulloso y decida invertir más plata en la Fundación. Les construyeron centros empresariales y de acopio del cacao que impulsó su producción.
Además, en el 2015, Suiza reconoce al chocolate de Boyacá como el mejor de Colombia lo que llena de orgullo a la región y les abre muchas puertas a los productores, los cuales son invitados a Europa a conocer el mundo del cacao.
Eso, asegura Juan Antonio, fue lo que le cambió la vida. Llegó con ganas de montar su propia tienda chocolate, después de haber visto una en Brujas. Este sueño lo hizo realidad y de ahí nace, Distrito Chocolate.
Por otro lado, conformó una red Nacional de Cacaoteros o red cacaotera que es la que le ha permitido vincularse con otras regiones y ofrecer diferentes productos en su tienda que demuestran la biodiversidad de los territorios y la variedad de sabores y aromas de nuestra tierra.
En este momento vende diferentes tipos de chocolate provenientes de Arauca, Tolima, Chocó, Córdoba, Meta, Boyacá y la Sierra Nevada de Santa Marta. Les compra el cacao a los productores de estas regiones y luego los procesa en sus maquilas para hacer los bombones de chocolate.
Con su tienda espera motivar e instruir a los colombianos sobre el consumo de este producto, a la vez que busca mostrar la versatilidad que tiene el cacao colombiano y su calidad.
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