Un día caminando por el centro de Bogotá veía cómo una pareja de orientales intentaba por medio de señas comunicarse con una señora mayor que vendía churros en un puesto callejero. La señora al entregar los dos paquetes de churros, les indicó, con los dedos de su mano, que el saldo era de cinco. Uno de ellos sacó gustoso de su bolsillo un billete de cinco dólares y se lo entregó a la señora como forma de pago.
Los extranjeros se alejaron contentos comiéndose los churros, entonces yo me acerqué a la señora, con la excusa de comprar y le comenté que había visto la escena, a lo que ella me respondió tranquilamente y con una sonrisa astuta: “así se hacen las cosas acá , a papaya puesta, papaya partida”.
Luego de efectuar mi compra, recibí el paquete y al sostenerlo en mi mano la desilusión fue grande. No hacía falta darles el primer mordisco para darse cuenta de que estaban fríos. En eso, se me acercó un habitante de calle quien me gritó “el que come solo, muere solo” así que le entregué el paquete y me respondió “gracias monita, tenía las tripas pegadas al espinazo”.
Continué caminando aquella tarde soleada de viernes en pleno septimazo, cuando de repente, escuché la voz de un hombre que contaba cuentos y gritaba a través de su pequeño micrófono portátil: “ señora no coma cuento, si su esposo ya no la besa sabroso, pues mejor consígase un mozo, porque él seguro ya está tomando agua de otro pozo ”, el público reunido aplaudía y reía con las historias del hombre mientras que mi atención era bombardeada por el olor lejano de unas mazorcas asadas con mantequilla y sal.
Así que decidí emprender el camino en búsqueda de ese formidable manjar callejero. Cuando llegué a la parrilla, había una mamá con su hijo esperando a que les entregarán sus mazorcas. Cuando la mamá le entregó la mazorca a su pequeño niño, este no alcanzó a sostenerla y la mazorca se cayó al piso, entonces la mamá le dijo: “recógela y cómetela, mugre que no mata engorda” y su mirada de complicidad se encontró con la del vendedor de mazorcas, a quien le pedí una.
Cuando terminé de comerme la mazorca, ya había anochecido, entonces entré a una panadería y me senté a descansar tomándome una gaseosa. El televisor estaba encendido y en los titulares de las noticias, anunciaban que el fiscal anticorrupción había sido condenado a 48 meses de prisión por corrupción, entonces el dueño de la panadería comentó en voz alta: “esos doctores que se las dan de mucho café con leche y véalos ahí robando, con razón estamos como estamos” y acto seguido tomó el control del televisor y cambió de canal a un partido de fútbol. Los demás comensales enfocaron su atención en la pantalla.
Cuando estaba terminando de beber el último sorbo de gaseosa, reflexioné en voz alta: “estamos como estamos porque acá todo nos vale huevo”.