Alrededor de las plazas de mercado se han desarrollado todas las civilizaciones del mundo. Ya que son el espacio donde se gestan encuentros culturales, gastronómicos, sociales, comerciales, políticos, económicos y religiosos. También, es el lugar donde se encuentra lo rural con lo urbano y donde los campesinos pueden exhibir sus productos como frutas, verduras, carnes o hierbas.
Desde la época de la colonia, más específicamente, cerca al año 1861, se empezaron a organizar los primeros mercados que en un inicio se realizaban en la Plaza Mayor, conocida actualmente como la Plaza de Bolívar. Allí, todos los viernes se daban cita todas las clases sociales para abastecerse de diferentes productos.
Tal como lo muestra el libro “De la sala al comedor” de Cecilia Restrepo y Helena Saavedra: “Cinco de la mañana. Viernes. Brisa fuerte y helada. Por las callejas de acceso a Santa Fe, van llegando los campesinos al mercado tradicional de la Plaza Mayor, descienden por barrizales y rodaderos de la Peña, Egipto, Belén, San Cristobal. Suben de la Sabana. Atraviesan la calle real, con sus mulas y ‘rangas’ los que vienen de la Calera y Usaquén. Descargan jaulas, tercios de leña, carbón de palo, frutas, canastillas de moras y ‘esmeraldas’, recubiertos con helecho y hojas de monte brillantes aún por el rocío. Llevan los jamelgos a pastar en los potreros vecinos, o los amarran en las columnas y vigas de viejas casonas y pulperías donde toman caldo de gallina, chicha y guarapo desde el amanecer. Se levantan los primeros toldos de lona, y en las varas que los sostienen hay carne, velas de sebo, longaniza, también se ve subir el humillo de los fogones, formado con piedras y atizado con chamiza; a medida que avanza la mañana cruzan tufaradas de fritanga bogotana: chicharrón, pasteles mantecosos, rellanas, papa criolla, y maíz tostao. Las manos regordetas de las verduleras no dan abasto, al tiempo que regatean, distribuyen ajiacos ahumados y sueltan palabrotas” (Abella, 1980, pp 115). Todo esto se presenció el 20 de julio de 1810, horas antes del grito de la independencia.
En esta plaza de mercado se podían encontrar distintos productos como: papas, tinajas, peces, sal, alfandoques, piscos, marranos, oro en polvo, fresas, loza, brevas, huevos, cabuya, plátanos, zarazas, mucuras, patos, piñas, carne, esteras, tunas, naranjas, azafrán, fríjoles, cal y tasajo.
Inclusive, como lo documenta el artículo de la página web Historia Cocina, el conde Mollien de Francia que nos visitó en 1823 afirmaba que en el mercado podía encontrar todo tipo de granos, carnes, verduras y frutas de toda clase europeas y americanas tales como las fresas, aguacates, melocotones, yucas, zanahorias, patatas, plátanos, cebada, trigo, almendras de cacao y pilones de azúcar. También, productos como la papaya, guayaba, uchuva, lulo, zapote, níspero, marañón, chontaduro, mamoncillo, piñuela, icaco, ciruela, madroño y guama.
De esta manera, el mestizaje no solo se vivió entre las personas. También en los productos que consumimos. Esto lo demuestra el libro de Clara Inés Olaya, titulado “Frutas de América”. “Colón era el que transportaba las plantas y semillas de Europa para sembrarlas en las islas del Caribe, aunque su origen es del sur de China. A la piña se refiere como la llamada fruta exquisita, su verdadero nombre es Ananas. Cuando llegó Colón a las islas del Caribe, los indígenas se la ofrecieron como gesto de bienvenida y debido a su parecido con la bellota del pino europeo, los españoles la bautizaron piña sin respetar el nombre original, situación muy frecuente en la conquista. La granadillas de las selvas americanas es registrada por los cronistas como unas frutas que colgaban de los bejucos, por su redondez, sus negras y dulces pepas y su interior afelpado la compararon con la granada traída de España. El mango fue introducido por los portugueses a Brasil en 1700 procedente de la India mientras que la chirimoya proviene de los barrancos y laderas pedregosas de los Andes, la cual llamaron ‘la obra maestra de la naturaleza’. El melón fue confundido por los españoles con la calabaza. Pronto se dieron cuenta de su error y mandaron traer sus semillas de Europa y África para su cultivo, su origen es Egipto”.
Sin Embargo, tres años después de haberse consolidado este mercado, el gobierno prohibió por completo esta práctica y construyó la Plaza de la Concepción, congregando a todos los vendedores en un solo lugar, tal como lo explica el especial realizado por la Guía del Ocio sobre las plazas de mercado.
Desde ese momento hasta ahora se han construido muchos más espacios. 64 plazas de mercado existen en Bogotá. De las cuales, 45 cuentan con administraciones comunitarias y 19 son públicas. Estas últimas están ubicadas en 13 de las 20 localidades de la ciudad. La Plaza de Las Cruces es la más antigua y fue construida entre 1924 y 1928.
A pesar de que las plazas de mercado estaban olvidadas, en los últimos años se ha visto un trabajo de recuperación que tiene como eje garantizar la participación y el mejoramiento de la infraestructura y la formación en cultura empresarial, mercadeo y estrategias de comercialización para los vendedores.
Se han cambiado y mejorado los pisos, cubiertas y techos. Se han adecuado cocinas y tuberías de servicios públicos y se ha cambiado la iluminación y la pintura.
Este proceso de modernización está a cargo de la Cámara de Comercio de Bogotá, el Instituto Distrital de Turismo y del Instituto Para la Economía Social.
De acuerdo con Patricia del Rosario Lozano, directora (e) del Ipes en una entrevista para El Tiempo afirmó que “son 19 plazas de mercado con 3.862 puestos de ventas, en los que se están haciendo intervenciones para la recuperación de estos espacios. El año pasado fueron más de 5.000 millones para la remodelación de las plazas de mercado, y se espera invertir la misma suma para este año”, aseguro la funcionaria.
Sin embargo, es importante que los consumidores aprovechemos estos espacios y les demos el valor que se merecen porque si no los apoyamos perderemos parte de nuestro patrimonio cultural de la ciudad. De nada sirve invertir en estos lugares, si nosotros mismos no nos empoderamos de nuestros espacios y de nuestra cultura.